COLABORACIONES

De que tamaño es la infamia y la mentira…

Isael Petronio Cantú Nájera

Cuando Maquiavelo escribió su manual práctico de política: El Príncipe (1532); apenas se estaban formando los modernos Estados tal y como los conocemos hoy en día.

Las nacientes urbes-estados y su emergente burguesía, sufría los ataques furibundos del imperialismo romano; las feroces dentelladas de la iglesia romana y las criminales conspiraciones de las monarquías, ante ese embate triangular, los nuevos gobernantes, representantes del Príncipe como metáfora del Estado moderno, estaban obligados a utilizar todo tipo de estrategias para sobreponerse a sus poderosos adversarios… “el fin justifica a los medios”, dice la gente con aire doctoral al citar a Maquiavelo, es decir, si el fin es bondadoso no importa que los medios para lograrlo sean malos, pero en realidad la frase es de Napoleón Bonaparte quien con su puño y letra la escribió en la última página del ejemplar que estaba leyendo… pero sin duda, con ello: resumió popularmente la compleja obra del florentino.

Otra idea más sobre este filósofo del Renacimiento italiano es lo que se entiende por “maquiavelismo” donde la misma Real Academia Española en su segunda aceptación nos dice: “Modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”; ya que la primera es más doctrinaria: “Doctrina de Maquiavelo, escritor italiano del siglo XVI, fundada en la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de carácter moral”… obviamente la gente se refiere como maquiavélico a quien es astuto, mentiroso y pérfido, y entendiendo esto último como: “Desleal, infiel, traidor, que falta a la fe que debe (RAE).

Sin duda, así era la vida política en el siglo XVI, llena de guerras y colonizaciones, de mentiras a los indígenas, de traiciones por doquier, mientras que en Europa, se discutía cortando cuellos, la autoridad del papado y de la iglesia católica en medio de las reformas protestantes… siglo conocido como el de los genios pues en él nacen: Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel.

Pero resulta que estamos en el 2018 y los modernos estados nacionales, pertenecen en su mayoría a la ONU u otra organización mundial cuyos poderes son extraterritoriales y en algunas ocasiones se superponen a los del propio Estado; como por ejemplo las leyes internacionales que están por encima de las propias constituciones y que los firmantes están obligados a cumplir o en el caso de delitos de Lesa Humanidad, donde la Corte Penal Internacional con sede en La Haya, tiene atributos para juzgar y castigar a los criminales.

Un siglo globalizado, donde todos nos enteramos en tiempo real de lo que acontece en las antípodas, por ello, los modernos estados democráticos, de voto universal, libre y secreto, no cimentan su cultura política en el maquiavelismo sino en modernas prácticas políticas que se fundamentan de manera general en la “accountability”, es decir en la “responsabilidad” que tienen los gobernantes para con los gobernados y que se traduce en la transparencia en el quehacer administrativo y llega a los “opengov” o gobiernos abiertos, donde se está obligado a dar toda la información al gobernado para que este tenga un acto racional a la hora de aprobar o desechar una política; esto sin duda acabó con los “arcana imperii” o secretos de Estado que prohijaban las modernas corrupciones y las viejas también; tiene que ver también con los controles ciudadanos frente a los actos de corrupción, al obligar al político a que rinda cuentas del manejo de los erarios, no solamente peso sobre peso, que al desviarlos es una vulgar ratería; sino, a decir los cómos y los porqués de los gastos sobre determinada política u obra pública y sin ser un final: la capacidad de la sociedad civil para revocar el mandato sobre el principio de quien da el poder también lo quita… teoría del derecho civil que pasó al derecho administrativo y político; de un crecimiento económico regulado y sostenible ante una más grande crisis civilizatoria… nadie está aislado y tampoco es ya un pleno y autónomo Estado, está obligado por la globalización a un comportamiento más o menos democrático.

Por eso, la ausencia de una profunda cultura democrática basada en las virtudes del ciudadano, ha dado como resultado los Estados fallidos que padecemos y el resurgimiento, como letal epidemia de virus, de políticos corruptos, mentirosos, demagogos y traidores a la democracia, sobre todo: a la gobernanza democrática.

Todo esto tiene que ver con la mentira de Meade, en el segundo debate, acusando a Nestora Salgado de secuestradora, todo con el fin de embarrar a AMLO en algo sucio, turbio… cualquiera puede buscar (¿Guglear?) en la red la información y sabrá que es una calumnia sobre una mujer, que todo lo contrario, es una ciudadana que enfrentó a criminales ante la ausencia del Estado de Derecho, y de la cual, la propia ONU ha salido en su defensa; y también con Anaya al mostrar unas fotografías a manera de panfleto que supuestamente incrimina a Meade y a AMLO, donde, de manera tramposa y chapucera: ¡Borra y edita un subtítulo donde él es señalado por sus actos deshonestos!

Con ello queda medio respondida la pregunta del título, pero ¿Es necesario que los políticos intenten promocionarse y pedir el voto ciudadano utilizando calumnias, infamias y mentiras? ¿Son aptos y legítimos quienes utilizando un maquiavelismo exacerbado y fuera de época aspiran a gobernar el moderno Estado?

Por supuesto que no. La crisis mexicana se debe justamente a eso, a la corrupción de la política y de los actos en la administración pública, a los mentirosos, a los desleales al pueblo, a los que desde su ignorancia política los hace audaces y los lleva a cometer todo tipo de crímenes para llegar al poder político, donde su único y delictivo fin es: ¡robarse el dinero público!

Tenemos que guardar nuestra cartera política, y con ello digo nuestro voto, nuestro mayor valor ciudadano, para que unos pillos no se la roben y con esos recursos se armen más y nos sigan saqueando.

Necesitamos invertir en un nuevo gobierno cuyas principales virtudes deben ser la honestidad y probidad, el respeto al derecho público, ajeno y privado, a la opinión y a los derechos humanos de los gobernados y demostrar, rindiendo cuentas, que saben hacer las cosas con eficiencia y eficacia… nuestra opinión ciudadana es un valioso capital político que bien puede invertirse en una gobernanza democrática que impida el ejercicio maquiavélico de los políticos corruptos, parando sus infamias y mentiras… ¡No malgastes en ellos!