Café: ¡Despierta mundo!
Isael Petronio Cantú Nájera
Ir de Xalapa a Misantla, pasando por Naolinco resulta una experiencia estimulante y estresante a la vez. El viaje es de dos horas y aunque la carretera está en magníficas condiciones, pues recientemente se arregló, su diseño y acotación, es serpenteante pegada a las faldas de los cerros, de tal suerte que las curvas son insoportables y algunas francamente dramáticas… pero eso no es todo; estando en la vertiente oriente de la Sierra Madre Oriental, su bosque es de niebla, de tal suerte que en algunos tramos se pierde el horizonte y pareciera que está uno en medio de las nubes sin poder ver nada salvo el algodonoso vapor de agua.
El piso eternamente mojado vuelve resbaladiza la cinta asfáltica y el riesgo de derrape mantiene los nervios de punta y el pie constantemente en el freno.
Sin embargo el paisaje lo compensa todo, los verdes entran por la pupila como oleadas de vida y si el viaje es a la salida o la puesta del sol, su vista esporádica entre las gargantas de los cerros, ilumina el bosque con el oro de sus rayos; en las gotas colgantes de las hojas, espléndidos diamantes quiebran la luz en minúsculos arcoíris y donde la niebla se abre por girones, pareciera que albos borregos apacentan entre las fincas de café.
Perdido el miedo al manejo en la temeraria rúa, la charla es constante y las exclamaciones de asombro ante tanta belleza, se convierten en alabanza como si de un milagro se tratara. Hablar, dialogar, rememorar y verse en el futuro de manera más bondadosa, enrosca al tiempo y lo hace más corto. Así, mi amigo Raúl y yo llegamos al rustico arco de bienvenida que Misantla otorga a los intrépidos que lograron sobrevivir el vaivén de su camino.
Era un compromiso y los compromisos se honran en los hechos. Tres días atrás, en la globalizada Xalapa, en plática de café, donde el brebaje era muy malo por cierto a pesar de su rimbombante nombre “bola de oro”; Obdulio Bandala, mejor conocido como Yuyo, nos había invitado a visitar los viveros de la cooperativa que dirige, donde cultivan plantas de café.
Su vehemencia por consolidar la cafeticultura en la región, me obligó a comprometerme a viajar hasta allá, llevando periodistas o amigos que estuvieran dispuestos a colaborar en el proyecto. Mis amigos de la prensa, por motivos varios se disculparon, otros amigos ocupados o convalecientes de igual modo lo hicieron, y finalmente solo dos llegamos hasta el vivero.
La sorpresa, algo más que sorpresa, hizo que desapareciera el intenso viaje: ahí, en un predio de más de una hectárea, perfectamente protegido por mallasombra, un tejido de plástico que deja pasar, en este caso el 50% de la luz solar, estaban como rígidos soldados, como formaciones organizadas de moléculas de vida, generadores puros de oxígeno: ¡Un millón de plantas de café (Coffea arábica) nos miraban con sus tiernas y esmeraldas hojas!
Si la naturaleza prodigiosa nos obliga a arrodillarnos frente a sus portentos; la cooperación del hombre y ella, nos debe obligar a sentir realmente una hierofanía.
Era verdad, ahí estaban, uno tras otro, hasta juntar mil veces mil pequeñas plantas de café, cuyos frutos debidamente procesados, no solo espantan el sueño, sino las pesadillas y ayudan al mundo a que esté despierto, piense y exista.
Los días de lluvia se manifestaban en los constantes arroyuelos que corrían a la vera del camino, la tierra húmeda y el paso de más doscientas gentes al frente del vivero, la entrada de camionetas y de carretillas, habían logrado crear una excelente mescla de barro que tampoco nos arredró y cámara en mano, procedimos a tomar registro fotográfico del evento.
Rústicas mesas, atendidas por compañeras de la misma cooperativa, checaban listas y con credenciales del INE verificaban que correspondiera con cada uno de los beneficiarios, hombres y mujeres, porque a cada uno le correspondían 300 de esos arbolitos para que resembraran sus fincas y su producción no disminuyera; además, con una ganancia genética sustantiva: la variedad CostaRica es más resistente al temible hongo de la Roya (Hemileia vastatrix o Urediniomycetes) que el arábigo original.
Actualmente México, exporta más campesinos que café; cuando hace treinta años el café era el segundo producto de exportación, después del petróleo, que contribuía a traer más divisas, dólares principalmente, a las arcas nacionales. Décadas de políticas neoliberales aupadas en la corrupción terminaron por abandonar el agro, lanzaron a la pobreza a millones de campesinos y como correlato: miles de hectáreas sembradas de café fueron abandonadas o tiradas para sembrar otros productos o de plano hacer desarrollos inmobiliarios… de paso, en todo el mundo, el desarrollismo, el industrialismo, la sobrexplotación de monocultivos, destruyó bosques y calentó a la tierra hasta tenernos al borde de un apocalipsis zombi.
Brasil y Vietnam producen más del 50% del café y México ahora, solo produce: el 3.07%, pero además, quedó controlado por un reducido número de terratenientes en detrimento de miles de pequeños productores, que paradójicamente al migrar hacia los Estados Unidos se convierten en los auténticos generadores de divisas al mandar dólares a sus familias, mientras los terratenientes explotan a los pequeños productores y no generan divisas.
Pero algo más importante aún del cultivo del café. Casi todas las variedades requieren de sombra para su mejor desarrollo y esto significa que las fincas tengan un techo de árboles de mayor altitud que crea un bosque, de tal suerte, que son auténticas máquinas convertidoras de CO2 en Oxígeno, contribuyendo con ello a evitar el efecto invernadero de ese gas y que está provocando el calentamiento global… sin embargo, la finca de café no se concibe como bosque, sino cultivo y eso le impide que pueda, el dueño o la dueña, recibir apoyos, tanto nacionales como internacionales como si lo reciben otros campesinos que pueden demostrar que son dueños de bosques.
Ante el inminente cambio en el gobierno, la cooperativa que dirige Yuyo, se ha trazado el objetivo de incidir en las políticas agropecuarias y gestionar ante el Poder Legislativo local y federal para que la finca de café se reconozca como un “bosque integral” que no solamente produce el café, sino beneficios ambientales que evitan el calentamiento global, de tal suerte que una parte del presupuesto se aplique para apoyar a que los campesinos no “tiren” su bosque cafetalero.
Tomamos café de olla, platicamos con la gente que entusiasta ve con buenos ojos que su modelo social de organización está dando resultados y que es capaz de convocar de buena fe y voluntad la ayuda de gente de la ciudad cuya experticia versa sobre el café… recorrimos otros viveros, nos llenamos de lodo hasta la cabeza y con ello, llegó la tarde y los compromisos: cursos para el uso integral del bosque de café, cursos de catación, cursos para integrar nuevas variedades de árboles de sombra, adjuntar animales que den otro beneficio al campesino, gestionar ante autoridades convenios para instalar puntos de venta: ¡dignificar la vida de la familia campesina!
Antes de iniciar el retorno, en un agradable y rústico restaurante, nos invitaron a comer el platillo típico de la ciudad: “Empapatadas”. Es un platillo formado por varios guisos y que es un homenaje, al lonche, almuerzo, al desayuno, que los campesinos, antes de la era del toperuer (tupperware) y en la actualidad siguen llevando en su morral, hoy mochila, para la finca donde lo comerán llegada la hora del hambre.
La Papatla ( Canna indica L.) es una planta de hojas largas que se ha utilizado desde antes que los españoles trajeran el plátano al continente y ha servido para envolver los alimentos… de ahí el termino derivativo de “empapatadas” aunque siguiendo las reglas debería ser: “empaplatadas” pero su dificultad fonética lo terminó simplificando.
En un cuenco de hojas de papatla, al fondo se acomodan cerca de una docena de tortillas bañadas con frijoles de la olla, refritos, molidos sin secar tanto, después se agrega cecina, trozos de longaniza, luego otro nivel de huevo frito y finalmente queso. Todo, debidamente tapado por las hojas se vuelve a calentar, de tal suerte que al abrirse, los vapores de la mezcla generan un apetito feroz. Acompañado de una espesa agua de guayaba, la comida fue un opíparo banquete.
Los abrazos, la alegría, la amistad que la tierra nutre, los despidos y compromisos de retorno, fueron el postre de un día luminoso, humano, de construir una Utopía o el retorno a la feliz Arcadia.