COLABORACIONES

El acomodo y el perdón

Isael Petronio Cantú Nájera

La cultura judeocristiana desde la brutal colonización que hizo en América, introdujo como moneda de cambio ante los actos contrarios a la fe y delitos de la sociedad seglar: el perdón.

Así, ante los confesionarios, largas filas de penitentes marchan pidiendo perdón por sus actos, por más criminales que fueran; del otro lado de la mirilla, un vicario de Cristo, que a su vez pide perdón por los suyos, absuelve al pecador y lo suelta de nuevo al mundo para que pasada las horas reincida en su conducta. A la par, los poderes creados dentro de la iglesia no tienen límite alguno y sin necesidad de pedir perdón depredan todo lo que a su paso encuentran. En México, Marcial Maciel, pederasta y creador de una secta poderosa que le acercó dinero a la Iglesia, recibió el perdón y pudo morir según sus anchas ambiciones. Otros curas, crucifijo en mano, lengua viperina con el verbo, destrozaron vidas infantiles como si estuvieran en el infierno y lejos de ser vicarios de cristo, lo eran de Belcebú.

Ese perdón que se otorga sin castigo y menos la exigencia de la reparación del daño crea cultura y se vuelve un forma de actuar frente al ordenamiento civil, frente a la ciudad de los hombres, que llega a ser mala copia de la ciudad de dios.

Acá el perdón encuentra una vía expedita en la corrupción del poder civil y la impunidad que genera; así, el criminal serial puede vivir en paz interior consiguiendo el perdón de su iglesia y la impunidad que le confiere un sistema penal corrompido.

Esto es el caso extremo, pero en la mayoría de los casos, el quiebre de la moral judeocristiana y su absolución de sus actos u omisiones ha transitado al mundo de la sociedad y de la política, de tal suerte que el político y administrador corrupto, disfruta impunemente de sus bajezas y logra “acomodarse” de nuevo en la administración pública para simplemente reincidir, pues sabe que mañana se podrá acomodar en otro lugar.

Pero algo no cuadra, algo está pasando en la consciencia colectiva que el 1º de julio se hartó de tanto acomodo, de tanta impunidad, de tanta inmoralidad y conductas antiéticas, que decidió masivamente tirar un sistema a pesar de sus multimillonarios esfuerzos en mantenerse en el poder y abrir las expectativas de un cambio revolucionario… no tanto por lo cruento de las balas y las pérdidas de vidas, que por cierto son miles en una guerra no declarada, sino por los cambios culturales, conductuales, de nueva moral y ética pública que necesitamos.

¿Los acomodaticios cambiarán? ¿La corrupción y la impunidad se acabará? ¿La iglesia y sus curas pederastas reiniciará un ciclo de luz o se hundirá en las tinieblas? ¿Nacerá una economía social que desplace al capitalismo rampante? ¡Sí! Porque eso es lo que está en el corazón de las mujeres que exigen igualdad sustantiva e impulsan relaciones más equitativas dentro de la sororidad; Sí, porque la justicia viene de la mano organizada de los comités de defensa comunitarios o urbanos y a pesar del miedo ante el sicariato y la trata de personas, no se enfrentan ya con el silencio, sino con el explosivo grito de las balas; Sí, porque las y los periodistas, a pesar de ser el blanco del poder y de los delincuentes siguen disparando sus verdades en las redes sociales; Sí, porque en el fondo de muchos ministerios públicos y jueces existe un hálito que les permite seguir buscando la justicia; Sí, porque en muchos lugares la economía social ya está desplazando al capitalismo rampante; Sí, porque nos hemos dado cuenta que el gobierno somos nosotros, las y los ciudadanos y que el gobierno es nuestro mandadero que tiene que mandar obedeciendo y que de ahora en adelante, no dejaremos de exigirle que rinda cuentas.

Aaaah… y a los arribistas, acomodaticios, a los gatopardistas, a los ganagracia, a los hipócritas que creen que podrán pasar desapercibidos y esconder sus tropelías y corruptelas, les espera una sorpresa: ¡Serán denunciados ante la opinión pública a través de las redes sociales, donde no hay perdón para los corruptos!