¡Sí protesto!
Una opinión diferente
Isael Petronio Cantú Nájera
Los primeros minutos del 1º de diciembre, en el salón del Congreso del Estado ante representantes de los poderes Judicial y el pleno del Legislativo, en los parlantes, retumbó la voz del nuevo gobernador: ¡Si protesto!
Tras la mano levantada, bien pudo ver la cara de cientos de asistentes de todas las clases sociales, pero más: la clase de los políticos.
Los sin voz, los millones de parias que viven en Veracruz, por la hora, dormían y otros cuantos parados frente a las modernas y grandes pantallas lo miraban en la Plaza Lerdo.
Atrás quedaba un bienio de poder autoritario, patrimonialista, policíaco, del más puro estilo priista, que camaleónico, penetró al PAN y al PRD, y desde ahí se aupó al poder estatal. En la borrachera de ese poder, todo se atropellaba.
Al más puro estilo de la burguesía neoliberal, se eficientó la administración pública con un solo fin: mantener en el poder a una rancia y añeja familia de ideas monárquicas y autoritarias.
-¡Sí protesto!- dijo Cuitláhuac- en cuyo nombre lleva marcado su sino: “El que ha sido encargado de algo” y que en los tiempos pasados fue el militar que derrotó a Cortés en lo que se conoce como la “Noche triste”: -¡Si protesto!- repitieron mil imágenes en el cristal humeante de las pantallas, que como modernas obsidianas, mutado su negro color a los del iris, replicaron en la plaza Lerdo. Las manos se agitaron como aves al vuelo, las ondas que como eco repetían: ¡Ya se van, van, van! En el mar de gente y a lo lejos, el tronido de cuetes que amenazadoramente recordaban la guerra contra el narco.
Giré la cámara como un poderoso ojo ciclópeo, me detuve en el mayor número de rostros posibles para tratar de ver, tras la máscara, quienes estaban ahí contra su voluntad y como “acarreados”, ese infame sistema clientelar que los patricios romanos inventaron hace más de dos mil años y que el PAN, PRI y PRD consolidaron hasta zombizar a la gente (antes se decía alienados, enajenados, pero la gente entiende más lo de ser zombi, así es que preferí el modismo: zombizar).
No vi acarreados, pero vi tres caras: Los que eufóricos y convencidos con su esfuerzo habían logrado, en su lucha calle a calle y codo a codo, ganar la elección y que sin ambiciones desmedidas, simplemente esperan que se construya un nuevo gobierno justo, pacífico y equitativo; luego otros, de risa forzada y riguroso traje, ceremoniosos, aplaudidores, cuyo antifaz les permitía disimular su angustia ante la falta de certeza de tener trabajo o de perderlo; pero más, a los oportunistas y corruptos que nunca les importa la ideología del sistema, porque siempre buscan el modo de robarse el dinero del pueblo; el burócrata gris, cuyo corazón, está guardado en un cajón. Ahí también estaba la máscara de hiel de los derrotados, de esos que elaboraron sesudas teorías contra el populismo de izquierda y ocultaban los yerros del populismo de derecha y que apoltronados, flojos, desidiosos, inútiles al mismo poder, esperaban que la familia Yunes se reeligiera por siempre jamás y que como rémoras, ansían vivir, sin honorabilidad alguna, de las migajas del poder.
45 años de lucha, un arco de tiempo de más de una generación, desde que pisé la cárcel como preso político en el Penal de Allende y como miembro del Comando de Oriente, a su vez integrante de la “Liga Comunista 23 de Septiembre” de la olvidada guerrilla en la década de los 70´s, han pasado para ver esta reptante revolución ciudadana.
Miré a mi alrededor las jóvenes caras de mujeres y hombres, y pensé que no sabrían identificar los años de la guerra sucia del régimen, tal vez dos o tres de cada diez, pudiesen identificar a Doña Rosario Ibarra de Piedra en su lucha por los primeros desaparecidos o la imagen del querido profesor “Lucio Cabañas”… pues la nueva guerra, se había ganado (pido disculpas por atroces modismos) a tuitazos y feisbucazos y millones de terabits que en las redes sociales derrotaron a los ejércitos de las poderosas televisoras y de los teóricos orgánicos del régimen neoliberal.
Ahí estaba, en medio de una vorágine social, de sentimientos encontrados, peleados, más allá de toda concepción dialéctica de la historia, busqué una mano donde asirme pues el vértigo amenaza la estabilidad emocional, la certeza de estar viviendo el momento y no la utopía… miré la mole del palacio del poder terrenal que pintado de morado ganaba una nueva identidad, miré la imponente torre de la catedral que en su vetusta arquitectura guardaba rancios y conservadores poderes celestiales que violentan el libre albedrio, aparte de niñas y niños… bajé las escalinatas de la catedral, sin escuchar campanas al vuelo, su silencio era premonitorio.
Me aparté de la multitud y me fui por las calles, tratando de ver que soñaba la gente en sus hogares… antes, como si de otro mundo se tratara, los bares y cantinas, atendían parroquianos, casi ajenos a la política, cuyas pláticas intentaban coser un “yo” fragmentado, roto, cuyo individualismo a pesar del bullicio, del “reggaetón” y del alcohol, los mantiene en un psicótica soledad. Creen amar en medio del desamor.
-¡Si protesto!- se escuchaba el eco resbalando por las baldosas de las calles, dentro del Palacio de Gobierno decenas de voces de los miembros del gabinete repitieron en coro la consigna.
Tras la ventana de una casa, la voz de una madre, en cuyos brazos dormía su hijo, mirando hacia la calle, sin conocerme me dijo: -¿Usted cree que puedan acabar con la corrupción y construyan un nuevo gobierno lleno de justicia y de equidad… que se acaben los asesinatos y la impunidad?- Detuve mi paso, pensaba en lo que estarían soñando millones de familias en el estado y en el país y le contesté:- ¡Si!- creo que ahora sí; la gente está en la calle y madres como usted, no están dispuestas a que sus hijos mueran de hambre o por la violencia criminal… me sonrió y dijo:
-¡Eso sí! ¡Buenas noches!
-¡Buenas noches!